19 de mayo

Caminar por la vida

Esta es la 13va edición del Ricarding newsletter.

Espero que disfrutes su lectura tanto como yo su escritura. ¡Que sea una semana con muchos aprendizajes!

Con ganas de envejecer

Me emociona la idea de llegar a viejo

He escuchado a muchas personas a mi alrededor hacer comentarios negativos sobre la vejez.

'Yo a los 80, máximo. No quiero sufrir.'

'Ay, no... Es que imagínate llegar a esa edad con tantos achaques.'

'Quiero morirme de un infarto, rapidito. No quiero estar viejo y sufriendo.'

A mí, sin embargo, siempre me ha emocionado el pensar en poder llegar a los cien años. Incluso más. Pienso en tantas cosas, personas, lugares y situaciones que me quedan por conocer. En las oportunidades que se van a ir desarrollando frente a mis ojos. En cómo mi forma de pensar va seguir transformándose.

Aunque sé que todo lo bueno que puede traer la vejez viene acompañado del desgaste natural de la mente y del cuerpo, creo que es parte de la experiencia humana el aprender a lidiar con eso. Es una situación ecualizadora por la que la mayoría atravesaremos—quizá sea mejor desearla que tratar de evitarla.

Me gusta convivir con adultos mayores. Su forma de ver el mundo es distinta a la de mi generación. Hay muchos puentes que se pueden tender entre ambas. La mayoría de los problemas que como individuos enfrentamos, son cuestiones que ellos ya resolvieron. En ese sentido, la vejez tiene un valor fundamental en la sociedad: nos ayuda a entender el porqué y a llegar al cómo.

Quiero llegar a viejo para poder mirar hacia atrás y ver lo que he sembrado. Quiero llegar a viejo para entender a mis abuelos y las decisiones que tomaron. Quiero llegar a viejo porque es una etapa más de la vida, no mejor o peor que otras, sino diferente.

Lo que me inspira a pensar así, es también lo que me motiva a hacer en el presente las cosas que sé que con mayor probabilidad me acercarán a una vejez tranquila. Eso que todos ya sabemos: comer sano, hacer ejercicio, cuidar a los que nos rodean y hacer el bien siempre que esté en nuestras manos.

Me emociona la idea de llegar a viejo por todo lo que aún me queda por descubrir.

Tiende una mano

Nadie se arrepiente de ser útil para los demás

Dicen por allí que las acciones desinteresadas no existen. Que ayudar a otras personas puede ser un acto egoísta, pues nos estamos ayudando a nosotros mismos.

Pienso que es cierto.

La satisfacción que acompaña el poder extender una mano a quien lo necesita es algo que me ha motivado a hacerlo cada que me es posible. También me he dado cuenta de los efectos positivos indirectos que genera.

Inevitablemente, ser útil para alguien más, hacer un esfuerzo para beneficiar a alguien, te posiciona en un lugar desde donde será más fácil que otras puertas se abran. A veces algunas que ni siquiera conocíamos.

La acción de ayudar también tiene un efecto de contagio. Seguro te ha pasado que cuando te enteras de que alguien está participando como voluntario en una organización, o que hizo alguna cosa por sus vecinos sientes un impulso por hacer algo similar. Es una necesidad de serle útil a alguien más sin esperar algo a cambio.

Entonces, la sociedad se beneficia dos veces: con la acción de ayudar en sí, y con el ejemplo que estás poniendo, mismo que inspirará a otras personas a replicarlo. No quiere decir que sea necesario buscar el que todo el mundo se entere. Que los hechos lleguen a quienes tengan que llegar. De eso no es necesario que te encargues.

Siempre que te sea posible, haz algo por alguien. No importa el tamaño de la acción. La genuina motivación es la que esparce una onda positiva a tu alrededor.

Ayuda y te estarás ayudando a ti mismo. Ayuda y descubre cómo la sociedad te ayuda de regreso.

Trabaja con lo que tienes

Siempre puedes hacer algo en el presente

Las condiciones para hacer un cambio nunca van a ser las ideales.

Cuando la frustración me invade trato de pensar en lo que está a mi alcance para remediar la situación. Solamente podemos echar mano de eso que tenemos en el presente. Los sentimientos que oprimen el pensamiento y te sumergen en un estado de letargo nublan el juicio, haciendo casi imposible el enfocarse en las posibilidades inmediatas.

El nivel de estrés o frustración puede ser tal que paraliza a la mente y al cuerpo, incapacitándoles para realizar incluso la acción más simple. Al estar en tal estado durante un tiempo prolongado el organismo se empieza a acostumbrar. El costo del esfuerzo aumenta, provocando un desencanto generalizado con la vida.

¿Cuál es la forma más sencilla en la que puedes escapar? ¿El escape es una vía hacia la calma?

Si bien hay condiciones que perturban a la mente que no se relacionan con circunstancias externas—sino que surgen internamente, a nivel químico—aquí me enfoco en las que sí poseen una raíz fuera de ella.

Tú y yo tenemos una capacidad que nos separa del resto de las especies: podemos pensar y reflexionar sobre nuestra forma de pensar y reflexionar. Estar conscientes de ello permite que podamos influenciar la forma en que pensamos y reflexionamos.

Es decir, en todo momento eres capaz de identificar aquello que te permite mejorar tu situación, ya sea aprendiendo de lo que estás viviendo o conscientemente cambiando la percepción que tienes de la realidad. Es entonces una cuestión de perspectiva. Todo en la vida lo es.

El simple hecho de reconocer la agencia que tienes sobre esa nube gris—que es lo que te tiene preocupada—debería empezar a generar síntomas de alivio. Evadir el pensamiento no es una buena idea. Resulta más provechoso que lo entretengas, lo sientas y poco a poco definas qué te está dejando como aprendizaje o cómo puedes verlo bajo otra óptica, una que no habías considerado inicialmente.

Con el tiempo se vuelve más fácil hacerlo. Lo esencial es que no olvides que en el presente, siempre, tienes todo para calmar a tu mente, solo recuerda pensar en cómo piensas.

¡Comparte!

Si lo que escribí hoy te dejó algo, pasa la voz. A alguien más pudiera resultare valioso.